El nuevo smartphone Samsung Galaxy S8, y su hermano mayor Galaxy S8+, presentados este miércoles simultáneamente en Nueva York y Londres, no defraudarán a ningún usuario exigente aunque tampoco colmarán las esperanzas de los que buscan novedades más radicales o disruptivas. En defensa de la marca coreana, ninguno de sus competidores ha apostado por la innovación estricta en sus últimos lanzamientos: ni Huawei, con su P10; niLG, con su G6; y mucho menos Apple, que se ha limitado a teñir de rojo su iPhone 7. Tampoco era el momento para Samsung de lanzarse al vacío, sino de restañar las heridas causadas por el fracaso del Galaxy Note 7, que ha dañado la imagen y causado un agujero negro en las cuentas del líder mundial de ventas de móviles.
Por eso, el primer mensaje que quiere mandar Samsung a quienes compren su Galaxy S8 es la garantía absoluta de que no les va explotar en la mano. Las baterías que instalan tanto el S8 como el S8+, de 3.000 y de 3.500 mAh de capacidad, respectivamente, están fabricadas de acuerdo al nuevo protocolo de seguridad instaurado en enero por el fabricante asiático tras culminar la investigación que concluyó que la causa que provocó la combustión de las baterías de algunos Galaxy Note 7 fueron sendos problemas de diseño y de soldadura.
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