viernes, 5 de abril de 2013

Un aparatito cuarentón que rejuvenece cada seis meses

Se han popularizado tanto que, en parte, han perdido su condición de símbolo de estatus. Tener un móvil en 1990, cuando empezó la telefonía celular en Bolivia (en Santa Cruz de la Sierra), podía transformar a cualquiera en una celebridad barrial instantánea.

La cultura popular los bautizó como ‘raspadillos’. Los fabricaba Motorola y se lucían ostentosamente en la cintura hasta que llegó el StarTac, uno de los primeros teléfonos verdaderamente portátiles. En ese momento la antenita retráctil lucía elegante; hoy sería un detalle molesto.

La vida sigue igual. ¿Igual?

Es ya un lugar común nombrar la infinidad de ocasiones en las que un teléfono ha salvado vidas o presta servicios: recuerdan aniversarios, la hora de los medicamentos, miden la presión y las pulsaciones, ayudan a calcular espacios y hasta registran mediáticos videos en juicios de todo tipo.

Ahora que no solo sirven para llamar sino para registrar cada aspecto de la vida cotidiana, la discusión se centra en los hábitos de uso de este aparato casi indispensable (lo tienen siete de cada diez bolivianos).

Está surgiendo una ‘etiqueta’ del celular. En los primeros tiempos se hablaba en voz alta; ese comportamiento era el equivalente a decir ‘mírenme, me están llamando, soy importante’. Después se forjó el estilo de contestar con un aparente malhumor, como si se estuviera ‘cansado’ de hacerlo.

Ahora, la etiqueta dicta que es de mal gusto hablar en voz demasiado alta de detalles que los demás no tienen por qué conocer. Ni se diga de escuchar música con los parlantes del celular. Se entiende que nadie tiene por qué asistir a una fiesta personal (sea de reguetón, clásica o rock) a la que no ha sido invitado ni quiere asistir.

Utilizar el móvil mientras se conduce comienza a verse mal (además de que es inseguro). Y claro, a quién no le resulta molesto que alguien mire su pantalla constantemente en una reunión o conversación.

Sobre el estatus

Como símbolo de estatus se perdió, pero en la clase media. En otras esferas tener un Vertu, fabricado en piel, carcasa de titanio y pantalla táctil de zafiro no es gran cosa como avance tecnológico, pero los $us 15.000 que cuesta ya dice algo.

Hay marcas desconocidas como Gresso Steel ($us 4.000). El Christian Dior Phone ($us 4.500) ‘compite’ con una versión ‘masiva’ de Vertu, de $us 5.000. El Apple iPhone Amosu ($us 25.000) está lejos del Nokia 8800 Arte ($us 93.000) y a años luz del Ulysse Nardin, que tiene 3.100 diamantes de 20 quilates incrustados y oro blanco. Cuesta $us 142.000 y su gran novedad es un rotor mecánico que carga la batería con el movimiento.

En resumen, la vida, a 40 años del primer celular, sigue igual, pero no tanto



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